Si en épocas normales cuesta mantener una rutina de actividad física, qué decir de los tiempos de cuarentena y aislamiento social como a los que nos condiciona la epidemia de coronavirus Covid-19, que en varias ciudades todavía impiden ir al gimnasio o salir a andar en bicicleta
o a correr. Afortunadamente, las clases virtuales que ofrecen muchos trainers y los videos de ejercicio en YouTube parecen que están siendo de ayuda, a tal punto que hoy el 74,56% de los argentinos que hacía ejercicio precuarentena está manteniendo cierta rutina de ejercicios, según
una reciente encuesta. Toda esta introducción viene a cuento de que cada vez son más los beneficios que se descubre que están asociados al simple hecho de mantener nuestro cuerpo activo, por lo que la cuarentena no debería ser excusa para dejar de aprovecharlos. El más reciente es el que muestra un estudio realizado en Australia, que halló que hacer ejercicio en forma regular ayudaría a prevenir el cáncer de hígado. Lo que es una buena noticia, ya que se trata de una enfermedad que está en aumento, como refieren las estadísticas norteamericanas: se trata de la
afección oncológica que más está creciendo entre los varones. Datos obtenidos de análisis poblacionales sugieren que las personas que hacen ejercicio regularmente son menos propensas a desarrollar cáncer de hígado, pero hasta ahora son pocos y no han sido concluyentes
los estudios que abordan si esto tiene una base biológica real y, de ser así, identificar el mecanismo molecular que produce ese efecto protector, comentó al respecto del disparador de su estudio el doctor Geoffrey C. Farrell, investigador de la Escuela de Medicina del Hospital de Camberra,
Australia, que publico sus hallazgos en la revista especializada Journal of Hepatology. Su investigación se realizó en modelos animales especialmente desarrollados para su trabajo. El doctor Farrell y sus colegas modificaron genéticamente a ratones para aumentar su apetito, lo que les hizo
desarrollar obesidad y diabetes cuando eran adultos jóvenes, y luego les inyectaron una dosis baja de un agente cancerígeno antes de dividirlos en dos grupos. Un grupo tenía acceso a una rueda de ejercicio, en la que corrían hasta 40 kilómetros por semana; el otro grupo no tuvo oportunidad de realizar actividad física y rápidamente desarrolló obesidad. Pero como resultado de su apetito artificialmente aumentado, incluso los ratones activos tenían obesidad cuando habían pasado 6 meses. Lo interesante del estudio es que la posibilidad de hacer actividad física
en forma regular marcó una notable diferencia en el riesgo oncológico. Al final de la prueba, los ratones inactivos tenían enfermedad de hígado graso, un importante factor de riesgo del cáncer de hígado, mientras que el otro grupo no. De hecho, el 64% de los ratones sedentarios
finalmente desarrolló cáncer hepático, contra el 15% del grupo más activo. Acto seguido, los investigadores prosiguieron su investigación, adentrándose en los mecanismos moleculares que vincularon a la práctica de actividad física con un menor riesgo oncológico. Fueron entonces capaces de identificar dos vías moleculares involucradas. La primera fue la proteína quinasa JNK1, aunque todavía no está muy claro de qué modo actúa. El estudio sí demostró que el ejercicio activó un gen supresor de tumores llamado p53, que a su vez parece regular al p27, un inhibidor del ciclo
celular que puede detener el crecimiento canceroso de las células fuera de control. "Ya se ha demostrado que el ejercicio mejora algunos resultados para los pacientes con cirrosis comentó el doctor Farrell. Si los presentes estudios en un modelo animal que se asemeja mucho a los humanos
con enfermedad del hígado graso pueden replicarse en pacientes, es probable que el ejercicio pueda retrasar la aparición del cáncer de hígado y mitigar su gravedad, si no prevenirlo por completo".