Desde chico yo quería ser escultor y modelaba cada semana una estatua de dos metros y la volteaba; la hacía y la volteaba. Cada vez una distinta. También sabía dibujar y me gustaba. Pintar viene después; en mí, por lo menos, aseguraba el artista fallecido en 2009.
Porque el dibujo es el esqueleto y la pintura la belleza de ese esqueleto. Yo soy un enamorado de construir la cosa y no discuto con Dios. Si él dice que es caballo, es caballo Ahora, si me quiere mostrar algo más después, lo sigo haciendo. Por eso digo que el dibujo y la pintura son dioses que vienen uno detrás del otro, agregaba.
Dicen los que saben que la figura más difícil de dibujar es la del caballo y Carlos Roume (1923-2009) delineaba, pintaba o esculpía justamente eso: caballos. No sólo corceles briosos e impolutos sino animales curtidos y reales a veces al galope o en estampida; otros cansados, haciéndose de agua y energía en un remanso, comentan los organizadores.
Roume era un conocedor del campo, un enamorado de las formas y un narrador de aventuras a cielo abierto. A lo largo de su carrera hizo desde campañas publicitarias y adaptaciones literarias en viñetas hasta modelado en bronce e ilustraciones para el Martín Fierro, tal como podrá verse en esta muestra curada por Judith Gociol.
Sus pinturas y esculturas fueron reconocidas en el exterior y ganó un lugar preferencial en la historieta argentina con sus páginas para la editorial Frontera de Héctor Germán Oesterheld.