En la misa de ayer con comunidades indígenas en el centro deportivo municipal de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, dijo: Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia. En esto, ustedes (los pueblos indígenas) tienen mucho que enseñar a la humanidad.
Muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad -prosiguió-; algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas, su tradición. Otros mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras, o han realizado acciones que las contaminaban. Qué tristeza. Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir perdón. Perdón, hermanos.
El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas, características y diversidades culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan que no se pierda la sabiduría de sus ancianos, añadió el Sumo Pontífice.
Todo ésto se suma a lo manifestado en su homilía del domingo en Ecatepec sobre tres tentaciones que enfrentan los cristianos y que buscan degradar y degradarnos.
Primera: la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o para los míos. Es tener el pan a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos, había manifestado.
Agregó la segunda tentación: La vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que no son como uno. La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la fama de los demás, haciendo leña del árbol caído.
La tercera tentación, la peor, la del orgullo -remarcó-, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la común vida de los mortales, y que reza todos los días: Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos.