En un contexto de avances macroeconómicos pero bolsillos aún ajustados, Dante Gebel emerge como una figura que desequilibra el tablero.
Buenos Aires, 14 diciembre NA - En diciembre de 2025, Argentina navega un mar de contrastes. Javier Milei ha logrado domar la inflación y sostener un superávit fiscal, pero la pobreza -que según el INDEC bajó al 31,6% en el primer semestre- sigue afectando a millones, y el desempleo se mantiene en torno al 7-8%, de acuerdo con las últimas mediciones oficiales.
En ese contexto de avances macroeconómicos pero bolsillos aún ajustados, Dante Gebel emerge como una figura que desequilibra el tablero. Su gira “PresiDante” agota teatros con una mezcla de humor y reflexiones profundas, y un silencio estratégico aviva rumores sobre una posible candidatura presidencial en 2027. No es solo un pastor mediático; es un elemento que inquieta a libertarios, peronistas, sindicalistas y observadores de la política. Porque Gebel no propone una revolución ideológica ni un retorno al pasado: ofrece empatía, cercanía y un mensaje que cruza líneas.
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Y eso, en un país donde la participación en las legislativas de octubre cayó al 68% -la más baja desde el retorno democrático, reflejo de una fatiga ciudadana profunda-, genera una irritación palpable. Irrita porque pone en evidencia que el voto argentino es heterogéneo y fluido: impulsado por el rechazo a la política tradicional, por la necesidad de esperanza y por la realidad económica, más que por bloques rígidos de fe o partido.
El espacio que Gebel ocupa no surge de la nada. El evangelicalismo representa hoy a uno de cada cinco argentinos, según estimaciones del INDEC y estudios especializados, y ha ganado terreno en barrios donde la contención social es vital. Milei lo entendió bien y captó una porción significativa de ese sector, incorporando nueve diputados evangélicos a La Libertad Avanza. Sin embargo, el ajuste -con medidas contradictorias como el aumento de la Asignación Universal por Hijo- abrió fisuras, como señala el politólogo Julio Burdman al hablar de una oposición que necesita renovación urgente para competir en 2027.
Gebel, con una carrera de tres décadas llenando estadios desde los años noventa y una megaiglesia en California que le da alcance internacional, se posiciona en ese hueco. Su show no es mera diversión: combina anécdotas personales, humor autocrítico y mensajes que resuenan en audiencias diversas. Cuando un sindicalista influyente como Juan Pablo Brey lo presenta como alguien capaz de unir sin etiquetas partidarias estrictas -aunque no con apoyo unánime en el movimiento obrero-, el rumor cobra fuerza. Y lo hace porque, en un electorado donde la mitad prioriza la esperanza por sobre dogmas -como refleja la encuesta de la Universidad de San Andrés-, Gebel suena a algo fresco y humano en medio de la polarización.
Esa frescura es lo que despierta irritación en distintos sectores. Los libertarios lo perciben como un posible riesgo para el respaldo evangélico que fue clave para el oficialismo en octubre. Algunos lo ven como un proyecto “armado desde arriba”, lejos del ascenso más espontáneo de Milei. En el mundo evangélico mismo, hay voces que lo miran con reserva: lo consideran demasiado mediático, demasiado abierto para los cánones más estrictos.
Y en los medios, las objeciones varían: algunos destacan su postura histórica contra el matrimonio igualitario como un conservadurismo envuelto en marketing; otros ven en su gira un ensayo político calculado, con apoyo gremial, y temen que disperse fuerzas sin construir algo nuevo; hay quienes, tras verlo en escena, advierten que un liderazgo con acento evangélico podría estar más cerca de lo imaginable, y les inquieta su habilidad para convocar sin aparatos partidarios tradicionales. En todos los casos, la molestia radica en lo mismo: Gebel rompe moldes y fuerza a todos a ajustar el paso, como apunta Lucas Romero de Synopsis al notar que perfiles moderados podrían atraer, en escenarios hipotéticos, el voto indeciso que suele definir elecciones.
Los estilos marcan la diferencia y alimentan esa tensión. Milei conquistó con una narrativa que separa claramente amigos y enemigos, con confrontación directa que energizó a muchos pero fatigó a otros. Gebel opta por el humor, la vulnerabilidad -habla sin rodeos de su Asperger- y la inclusión. Ha respaldado posiciones peronistas en el pasado, ha participado en eventos internacionales, y siempre se distancia de la idea de una iglesia inmersa en el poder estatal.
Es un outsider con bases sólidas: una congregación próspera y una carrera global que le otorgan independencia, sin la necesidad de empezar desde la marginalidad televisiva como le ocurrió a Milei en sus inicios. Esa autonomía genera inquietud, porque no depende de estructuras convencionales.
En la sociedad, el eco es múltiple. Las redes bullen de opiniones divididas: unos aplauden su autenticidad, otros dudan de sus motivaciones o de un mensaje de prosperidad que choca con la realidad cotidiana. Lo notable es que su audiencia no forma un bloque compacto. Personas de distintas creencias, orígenes y trayectorias políticas llenan sus eventos. El voto en Argentina siempre ha sido así: la fe influye, pero no determina; compite con el cansancio de la política de siempre, con el impacto en el bolsillo, con el deseo de alguien que inspire confianza personal. Gebel parece intuirlo y evita promesas de un país confesional; deja entrever uno donde la empatía y el diálogo tengan cabida.
Los expertos lo leen como una variable impredecible. Algunos advierten que, sin una estructura territorial robusta, podría diluirse en anécdota. Otros, como Jaime Durán Barba, sugieren que el próximo gran outsider será alguien con un perfil más espiritual y menos económico que el de Milei. Los partidos opositores ya lo observan con atención: algunos lo exploran para reconstruir puentes sin los pesos del pasado, otros para fortalecer el centro-derecha. Todos comparten una misma sensación: la de un jugador que altera el juego sin pedir permiso.
Hacia 2027, Milei aparece como el favorito en la mayoría de los sondeos, con cifras que lo sitúan entre el 52% y el 57% en escenarios de balotaje según consultoras como Isasi-Burdman. Pero el panorama está marcado por incertidumbre: la economía, las alianzas y el humor social pueden cambiarlo todo. Gebel -si resuelve entrar- pondría en evidencia una verdad que a veces se olvida: los argentinos votamos de manera diversa, guiados por lo que nos afecta día a día, por lo que nos moviliza o nos agota.
En esa libertad del voto, en su heterogeneidad, reside el pulso real de la democracia. Tal vez el futuro presidente no sea el más doctrinario ni el más estridente, sino el que mejor capte que la gente busca, ante todo, un horizonte viable sin tanto ruido. El camino está abierto, y figuras como Gebel nos recuerdan que siempre puede aparecer alguien inesperado para recorrerlo.
Ricardo Raúl Benedetti para la Agencia Noticias Argentinas.
FUENTE:AGENCIA NOTICIAS ARGENTINAS