No se puede decir que sin Fidel Castro, el mundo ya no es lo que era porque ya no lo era desde hace bastante tiempo. Hoy, la humanidad está cruzada por nuevas realidades, sobre todo por la invasión tecnológica y por los padeceres socioeconómicos de grandes masas de población a nivel global, irrupciones que han marcado las políticas de otros líderes que copan la escena y que ya se verá cómo afectan a la Argentina de los próximos años.
Al interrogante que presenta el rol futuro de Donald Trump en los Estados Unidos, la vocación imperial de la Rusia de Vladimir Putin y la seguridad que tiene el paso redoblado de China, con marca de inevitable, más el aggiornamiento que le imprimió a la Iglesia el papa Francisco, se le suma el capítulo doméstico, a estas alturas un poroto al lado de todo lo demás, pero imprescindible para avizorar el futuro que le puede aguardar a los argentinos, si el país se sabe enancar en el mundo que viene.
La muerte del controvertido líder cubano dispara varias referencias a otras realidades actuales, que tienen también su correlato en la Argentina. Hablar de las utopías de los dirigentes a esta altura del siglo XXI es referirse de modo romántico a procesos que fueron ahogados por el poder y por su correlato forzoso, el dinero. La degradación se ha mostrado inevitable cuando las nuevas burguesías se van transformando en castas que se auto elogian como insuperables y que, como creen disponer de las vidas y haciendas de todos, pretenden eternizarse para que nunca nadie juzgue sus tropelías.
El populismo, que ha sido abrazado por grandes capas de la población a las que el sistema termina empobreciendo aún más en todo sentido, ha sido un ingrato ejemplo de la Argentina de los últimos años, un proceso que parece terminar aquí con la licuación del kirchnerismo que, ahora, se ha convertido apenas en una facción del PJ, situación que se acelera precisamente en estos días por las patéticas intervenciones de Cristina Fernández de Kirchner y de sus acólitos más fieles.
Sin dejar de lado la realidad de todos los días, que va dejando pista sobre pista a la hora de marcar los realineamientos políticos que se están dando prácticamente a diario en el país, es interesante ver que, a veces, Mauricio Macri trabaja con la mirada puesta más para adelante. A este periodista le consta que hay equipos en el Gobierno que están planificando cómo deberá ser la inserción argentina en el mundo post Trump.
Quizás esta situación ha sido una buena excusa para aunar esfuerzos entre la Cancillería y el ministerio de la Producción y para dejar de lado espacios de poder que los han mantenido ocupados en otros menesteres durante casi un año. Si bien esta interna no ha tenido los decibeles de las irrupciones de Elisa Carrió contra los amigos del Presidente o de los últimos palos que pegó el titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, hacia quienes no desean tener peronistas dentro del Gobierno, lo cierto es que la inexistencia de un área coherente de Relaciones Económicas Internacionales ha maniatado hasta ahora muchas decisiones de integración.
Más allá de esta interesante novedad, hay una duda crucial que la dirigencia argentina, ávida a la hora de integrar mesas de diálogo de cortísimo horizonte y sin vocación por entender los beneficios que entraña disponer de una mirada de mayor alcance, parece no querer formularse, al menos públicamente: más allá de lo importante que significa el ordenamiento instrumental ¿entiende Macri el rol que le cabe a la Argentina en esta realidad global que cambia todos los días?.
Pero, hay más: ¿los líderes de la oposición se habrán percatado de lo que pasa a nivel global o sólo están en el chicaneo de las próximas elecciones o pendientes del marketing de la televisión para primerear con una ley que le gane de mano al Gobierno y lo obligue a negociar, como en Ganancias o para negarle al Presidente una reforma política que busca terminar desde la boleta electrónica con aquellas castas que se eternizan a partir de la manipulación de la voluntad de los ciudadanos?
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