Berlín,-Cuando el 9 de noviembre
de 1989 Gunter Schabowski, vocero
del gobierno de la República
Democrática Alemana (RDA) pronunció
la frase ahora, de inmediato,
en respuesta a un periodista sobre
la vigencia de una nueva normativa
para que los alemanes del Este pudieran
viajar a Occidente, se desató uno
de los momentos clave de la historia
del siglo XX: la caída del Muro de
Berlín.Poco después de las 20, toda
Alemania estaba clavada frente a los
televisores o escuchando la radio. El
punto de quiebre fue el título catástrofe
del noticiero Tagesschau, el más
visto: La RDA abre la frontera.Esa
noche, el pulso de Alemania y del
mundo se detuvo para pasar luego a
una explosión de júbilo. Aunque en
los primeros momentos hubo dudas,
desconfianza sobre las intenciones
del gobierno, rápidamente miles de
berlineses del Este se presentaron en
los puestos de control para exigir pasar
al otro lado.
En esos momentos de confusión y
entusiasmo, ni las tropas de control
de fronteras ni los funcionarios del
ministerio encargados de regular la
nueva disposición estaban informados.
Es que Schabowski había cometido
un error, quizás una mala pasada
de su inconsciente: la medida debía
comenzar a ejecutarse 24 horas después.
De todas maneras, aún sin una orden
concreta, sólo bajo la presión de la
gente, el punto de control de
Bornholmerstrase fue el primero en
abrirse a las 23, seguido de otros pasos
tanto en Berlín como a lo largo
de la frontera con la entonces
República Federal Alemana (RFA).
En muchos casos los ciudadanos de
la RDA, verdaderas muchedumbres
cuyo volumen se acrecentó al paso
de las horas, con picos y martillos
emprendieron la destrucción del
Muro para pasar al Oeste sin esperar
que los policías levantaran las vallas.
La historia registró que el fotógrafo
Aram Radomski y el defensor de los
derechos humanos Siegbert Schefke
fueron los primeros berlineses del
Este en cruzar hacia el ansiado Oeste.
Como el resto de sus conciudadanos,
contribuyeron a poner punto final a la
llamada Guerra Fría -hallazgo
semántico del siempre agudo ex primer
ministro británico Winston
Churchill- sin un solo disparo de armas
de fuego.
Donde crece el peligro crece la salvación,
escribió el poeta alemán de
fines del siglo XVIII Friedrich
Holderlin, algo que muchos de sus
compatriotas habrán tomado como
consigna desde que en la noche del
12 de agosto de 1961 se consumó la
división del país al comenzar la construcción
del también llamado Muro
de la vergüenza.
En breve, el Muro fue una construcción
de cemento y hierro de cinco
metros de altura, coronado con alambre
de púas y torretas de vigilancia,
nidos de ametralladoras y campos
minados. Llegó a ser un complejo
sistema de vigilancia que incluyó vallas
electrificadas y que se extendió a
lo largo de 155 kilómetros.
Paralelo al Muro estaba la franja de
la muerte, llamada así porque estaba
integrada por un foso, una alambrada,
una calle por la que patrullaban permanentemente
vehículos militares de
vigilancia, sistemas de alarma y patrullas
con perros. En este caso, la dotación
no era menor: llego a contar
con más de mil ejemplares de ovejero
alemán. Todo funcionando las 24 horas
del día.
Durante esos 28 años, aproximadamente
cinco mil personas consiguieron
cruzar al lado occidental. Otros
tantos fueron capturados, muchos heridos,
y no menos de 190 murieron
en el intento, aunque la cifra exacta
nunca pudo ser determinada.
En los meses previos a los acontecimientos
del 9 de noviembre, varias
decenas de miles de alemanes del
Este habían huido del país hacia
Hungría, y luego hacia Austria.