SE RECORDO EL DIA DEL TEATRO NACIONAL
El doctor en Antropología Cultura, Historiador teatral Carlos Fos reflexionó sobre el teatro nacionalal recordarse su día.
El teatro se manifiesta como una fuente de vida, imprescindible para que las comunidades se expresen en un espacio de creatividad en los que identidades y memorias juegan un rol trascendente. Es esa pequeña rebelión de los cuerpos encarnados poéticamente que reivindica la celebración ritual. Y allí el teatro se presenta con su fuerza arrolladora.
En Buenos Aires, cuando era una pequeña localidad de menos de cuarenta mil habitantes esta manifestación aparecía en las mascaradas teatrales y bailes de carnavales de la comunidad africana y en acontecimientos puntuales inorgánicos. El siglo XVIII llegaba a su fin y la gestión progresista del virrey Vértiz dio un paso fundamental al auspiciar la creación del primer espacio dedicado a la práctica escénica. Con el nombre de Teatro de la Ranchería nacía el 30 de noviembre de 1783 una sala precaria que testimonió la unión indisoluble entre el público porteño y el teatro. Esa fecha, elegida para conmemorar el Día del Teatro Nacional, se convirtió en puerta para un devenir sorprendente de crecimiento constante.
La avalancha inmigratoria operada en las últimas décadas del siglo XIX y continuada en el siguiente, cambió el rostro del país, no sólo en su estructura social sino en las construcciones culturales. Por supuesto, el teatro local no quedaría indemne ante este fenómeno que transformaba a las ciudades puertos en metrópolis. Las formas nativistas y costumbristas propias de la adecuación del gaucho, devenido en peón bueno, dieron paso a la producción sainetera en sus múltiples formatos, ideal para consolidar con otras poéticas a un sistema que crecía año tras año. En los sainetes festivos, los arquetipos, ya construidos y fijados en el imaginario colectivo, tienen un idiolecto particular. Ese teatro de grandes compañías abrevó en el grotesco, en el melodrama, en la comedia de diferentes formatos y en la revista, generando un caudal de espectadores que superó los seis millones en los años veinte del siglo pasado. El nacimiento del teatro independiente en los inicios de la década del 30 apostó por las construcciones colectivas, entendiendo que sus miembros eran agentes culturales modificadores del contexto que integraban. Dieron, así, su pasión y su entrega en cada acción, promoviendo un espacio de producción dinámico, original y de experimentación constante. El Estado llegaría como protagonista y su presencia se convertiría en impulsora de múltiples acontecimientos en salas propias o otros lugares. Esta riqueza manifiesta se multiplicó con lenguajes propios en todo el país y entrega hoy una escena en la que dialogan múltiples estéticas, diversas concepciones de teatro que enriquecen al medio y le permiten, si reflexiona, desplegarse en un fantástico abanico de poéticas, que invitan a acercarnos al fogón creativo.