Arte originario, diversidad y memoria

Arte originario diversidad y memoria

Arte originario, diversidad y memoria

 Desde la segunda mitad del siglo XX la arqueología, en tanto disciplina científica y académica en la Argentina, ha ampliado los difusos límites de nuestra historia hasta los trece mil años antes del presente.

Hoy se sabe que en esas remotas épocas la Patagonia ya había sido ocupada por sociedades indígenas que, entre otras muchas destrezas, habían desarrollado un complejo arte rupestre que expresaba su cosmovisión.

Asimismo, la cultura material de estos grupos de pobladores iniciales no sólo se presentaba como el resultado de una refinada tecnología, sino que también revelaba valores simbólicos y la tenaz construcción de una memoria colectiva.

Pero aquí, se hablará sobre las sociedades aborígenes que habitaron el rincón noroeste del actual territorio argentino que comprende las provincias de Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero y hasta San Juan y Mendoza. El período que nos interesa es el que va desde el primer milenio antes de la era cristiana hasta aproximadamente la mitad del siglo XV AD.

Desde el punto de vista geográfico el NOA comprende las siguientes regiones naturales, determinadas por la altitud sobre el nivel del mar y las precipitaciones pluviales: la porción occidental de la llanura seca del Chaco; las laderas boscosas y selváticas (las Yungas, que en esta parte del país ocupa una superficie de casi 1.3 millones de hectáreas entre las provincias de Salta y Jujuy e integrando a 23 municipios, más precisamente en esta provincia abarca Yuto, Calilegua, Libertador General San Martín y Fraile Pintado); valles, quebradas (la Quebrada de Humahuaca, desde Volcán hasta Tres Cruces) y bolsones áridos entre las sierras subandinas y el macizo andino; el altiplano andino (la Puna jujeña) por arriba de los 3 500 msnm; y la cordillera de los Andes.

La variedad del paisaje incentivó por una parte, la explotación de los diversos recursos naturales y por otro, el desarrollo de un intenso tráfico a larga distancia a través de las caravanas de llamas. Estas redes de intercambio distribuían bienes utilitarios y simbólicos de crucial importancia para las sociedades andinas: productos agrícolas de distintas altitudes (papas, maíz, yuca, quinua y tubérculos altiplánicos), frutos, miel, plantas medicinales y tintóreas, alucinógenos (cebil y achuma), pieles, vegetales (chuño) y carnes (charqui) deshidratadas, lana, tejidos, fibras, maderas, objetos y herramientas metálicas, piedras semipreciosas, sal, plumas y colorantes, animales, entre otros.

Desde el milenio anterior a la era cristiana las sociedades indígenas del noroeste de la actual Argentina desarrollaron una multiplicidad de manifestaciones artísticas que sorprenden por su belleza y expresividad. El dominio de las distintas técnicas en cerámica, tejido, metal, escultura en piedra y madera es testimonio de la notable destreza con la que los pueblos originarios representaban su cosmovisión.

A través de estas creaciones descubrimos, por una parte el complejo mundo simbólico de fuerte arraigo en las tradiciones históricas del mundo andino, pero cuyas manifestaciones poseen rasgos de una inconfundible personalidad propia. El análisis de fuentes arqueológicas, etnohistóricas, etnográficas e históricas de los Andes ha permitido avanzar en la interpretación de algunas de estas manifestaciones artísticas.

Así, las placas y discos de bronce, por ejemplo, se vinculan estrechamente a la representación antropomorfa de la deidad solar (Punchao): un culto extendido por amplias regiones de los Andes y cuyo centro más importante de veneración se situaba en el lago Titicaca. Asimismo la reiterada representación de felinos (preferentemente jaguares) sobre distintos soportes, admite que se considere a este animal mítico como un elemento crucial en el culto al sol. La figura del jaguar aparece en los tejidos, tallas de madera, esculturas en piedra, grabados y pinturas rupestres o en objetos metálicos.

Un tema recurrente es referido al culto de los antepasados y que se plasma en esculturas en piedra: tal el caso de los llamados suplicantes y de los menhires o huancas. Este arte habla del origen muchas veces mítico de los linajes y de las identidades colectivas como marcas de la memoria en el paisaje. En este contexto simbólico, la representación del poder no está ausente y probablemente nos habla desde el arte del desarrollo y afianzamiento de las desigualdades sociales hereditarias.

Desde la perspectiva del patrimonio cultural, es necesario un análisis crítico del proceso de modernización de la Argentina, que en la segunda mitad del siglo XIX abrió el debate sobre la construcción de una memoria nacional y, si bien no hubo opinión unánime al respecto, las poblaciones originarias americanas quedaron al margen de la ciudadanía y relegadas como mano de obra barata en el mercado capitalista.

Si bien a comienzos del siglo XX se destacan Ricardo Rojas y Joaquín Torres García por sus trabajos referidos al arte de indígenas y mestizos, es en la década de 1960 que se percibe una fuerte y creciente curiosidad por la cultura y en particular, por el arte de las poblaciones originarias de la actual Argentina.

En esta revalorización de lo americano fueron de gran importancia, por una parte, los estudios y escritos del arqueólogo Alberto Rex González sobre el antiguo NOA y, por otra, las obras y texto de los artistas César Paternosto y Alejandro Puente.

Civilizaciones del noroeste argentino

En el NOA se encuentra una región que reúne características fisiográficas semejantes a las de los Andes Centrales, la semejanza fisiográfica y especialmente los factores ecológicos hicieron que en esta zona se pudieran desarrollar poblaciones sedentarias, fijadas a la "madre tierra" (Pachamama), por la agricultura intensiva de la papa, el maíz, los porotos, la quinua y otros. En el transcurso de los siglos las antiguas aldeas llegaron a consolidarse como pequeñas ciudades realizadas en una arquitectura de sillería en piedra. Hacia el siglo I en el centro de lo que es actualmente la provincia de Catamarca se desarrolla la metalurgia siendo tal región uno de los núcleos de producción de bronce en América.

Aunque se mantienen polémicas en cuanto a las denominaciones y periodizaciones, es que se recurre aquí a las más frecuentes. Usualmente se habla de un "período temprano" que se extiende desde el 500 a. C. al 650 d. C., un "período intermedio" o "medio" (650-850) y un "período tardío" (del 850 al ca. 1480).

El conjunto de culturas telúricas del noroeste argentino es interrumpido convencionalmente a partir de la invasión quechua-aimara (inca) del 1470/80 d. C. ya que entonces fueron en parte desestructuradas las culturas originarias y hubo algunos aportes estilísticos incas y, menos de un siglo después, se produjo la irrupción europea (más exactamente española) que produjo un conjunto de artes sincréticas (desde la arquitectura hasta la música pasando por la escultura, la poesía, la coroplastia y la metalurgia), tal cual prontamente se revelarían en las Reducciones Jesuíticas o en ciertos notorios aspectos de la Catedral de la Córdoba Argentina, si ya entonces no se puede hablar más de un conjunto de "artes precolombinos" sí, en cambio, corresponde hablar de un arte nuevo en el cual se sintetizan culturas originarias de América con culturas originarias de la Cuenca Mediterránea del sur de Europa, el Cercano Oriente y el África del Norte.

Con la llegada de los conquistadores españoles en el Siglo XVI los pueblos indígenas vieron truncadas sus posibilidades de desarrollar su cultura. Sólo algunos lograron sobrevivir a los cambios que el devenir histórico les impuso, pero sin lugar a dudas constituyen buena parte de la esencia de la población argentina actual. Para sintetizar el complejo panorama de los diferentes grupos culturales de los pueblos originarios se pueden dividir de acuerdo a su hábitat en pueblos indígenas del Noroeste, Sierras Centrales, Cuyo, Pampa, Patagonia, Neuquén, Chaco, Litoral y Mesopotamia.


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