Cuando la vida se agota

 Esa casa era... la memoria no alcanza a divisar su nombre, todo pasa tan rápido en la vida, que las construcciones se mantienen, quien lo hizo ya no existe, ¡agotó su tiempo! Casi como ley irrevocable del destino, los humanos invariablemente repetimos el mismo gesto, dictamen de una orden escondida en algún secreto lugar que condiciona una forma (como cualquier insecto), y obliga. Invertimos en la intención esfuerzo, ganas, tiempo, animados por una ilusión. Cuanto costo vivencial tuvo la empresa es difícil cuantificar, pero con seguridad mucho sacrificio y desvelo. No hay medida para lo elaborado, allí transformó cosas y gastó espacio, pero fue necesario restar presencia en algún otro lugar, tal vez igual o más importante. 

Lo difícil es saber cual hubiera sido ese otro lugar. Respuesta que suele estar en lo profundo de una forma y concepción del significado de vivir; que no infrecuentemente está ligado al inconsciente. ¡Un mandato!

Lo que quiero significar es cuán difícil resulta manejar con equidad el tiempo que se nos acredita al nacer. Da la impresión que no está en los planes la finitud del camino, mucho menos con quien compartirlo. Irrenunciable forma donde siempre se encuentra la razón; y sin proponerse, esclaviza. 

En los obsesivos, el día comienza con la rutina de una inversión impostergable y apropiadora, que solo se detiene cuando la salud o la vida comienzan a manifestar desgaste, cansancio, cuestionando a su manera, señalando límites. 

Prestar atención al aviso es prudente, la existencia se consume de igual forma que el oxígeno respirado. Replantear cada mañana la dirección, dado al esfuerzo no está mal, en equilibrio, como el gasto o desgaste de la piel, porque en ella se inscriben los años y delatan en toda su dimensión los aconteceres padecidos en su transcurso. 

Lo increíble es cuando empecinado y presumiendo consecuencias, se insiste hasta lograr enfermar. Esforzarse está bien, nada se logra sin esfuerzo, pero manejando la prudencia, natural manera de bien tratarse. 

Cada día consumimos un poco lo que somos: proyectos, pensamientos, energía, vida, felicidad. Pero, el tiempo no se detiene y aguarda impasible que finalice la inversión, la factura se confecciona y aguarda indefectiblemente. No está de más mensurar.

En estos momentos recuerdo los versos de Facundo Cabral que parecen escritos para el tema: “El hombre es un ser extraño, nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere” para mi gusto redondea como nadie la idea que intento plasmar. Queda claro que la vida se agota en el empeño.

Volvamos al comienzo. ¿Será posible revertir esta actitud y manejar en forma prudente y responsable el corredor de anhelos?. No es fácil, además muchos responderán, cada uno hace lo que le agrada, más aún si con ello se siente feliz. Irreprochable posición.

En postreros momentos de la vida, cuando las limitaciones físicas ponen freno al ya menguado optimismo, cuando con frecuencia se olvidan nombres o detalles groseros, cuando dejan de importar las reuniones sociales y se anhela un buen sillón y silencio para descansar, ¡es tiempo de análisis!. Allí prima el sosiego y el replanteo de esfuerzos sin medida. Nuevo uso del tiempo que resta, y como refresco, los recuerdos comienzan a ocupar un importante lugar.“Todo en su tiempo y justa medida”, dice el refrán, que es igual a saber usar el camino donde no se olvide a quien motoriza toda expectativa y razón. La vida se agota, usarla debidamente es saludable y reconforta. La familia, es y debe ser, la primera opción de tiempo, espacio y desarrollo. El dinero, cuando la vida se agota, pasa a ser una sórdida y triste razón.


*Presidente de Fundación Vida - Centro de Atención al Suicida (CAS) Jujuy

Por José A. Menéndez*



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