Patria y libertad “un regalo que debemos cuidar y perfeccionar”

TE DEUM DEL OBISPO FERNÁNDEZ

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Patria y libertad “un regalo que debemos cuidar y perfeccionar”

 

La celebración religiosa contó con la presencia de autoridades provinciales y municipales, legisladores, representantes de distintos sectores y público en general.

Durante su homilía, el Obispo de Jujuy expresó lo siguiente: “El amor a la Patria nos congrega hoy para celebrar con júbilo este día, recordando aquel 25 de Mayo de 1810, cuando el Cabildo Abierto de Buenos Aires expresó el primer grito de libertad para nuestro pueblo. Seis años después, el 9 de julio de 1816, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América se reunieron en la ciudad de San Miguel de Tucumán y declararon la Independencia Nacional.


Agradecidos por nuestro país y por los hombres y mujeres que entregaron todo -hasta su propia vida- para que tuviéramos el orgullo de ser Nación, nos reunimos en la casa de Dios para cumplir este acto de piedad filial hacia Dios y hacia nuestra Patria, a la vez que le pedimos al Señor nos ayude a hacernos cargo de este don recibido que es nuestra patria y que se nos ha confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos cuidar y perfeccionar.


¡Cómo no hacer pasar hoy por nuestra consideración - junto al grandioso recuerdo de la gesta de mayo de 1810- el hoy de nuestra historia, de nuestra patria y de nuestra provincia, con las realidades que nos duelen y los desafíos que nos interpelan en la construcción del futuro que soñaron nuestra próceres!!.


Cada día los flashes de la información nos golpean de muchas formas, radiografiando en tantas situaciones dolorosas: al hombre herido, a la familia herida, a la sociedad herida, a la patria herida.


RECONSTRUIR Y HACER CRECER LA PATRIA


La parábola del buen samaritano que recién hemos proclamado, es iluminadora para que podamos reflejar sus luces en nuestra Argentina de hoy. Nos muestra la opción de fondo que debemos tomar para reconstruir y hacer crecer esta patria que nos duele en el dolor que los que más sufren de nuestros hermanos y tienen derecho a esperar de nosotros, les demos la mano que los levante a la esperanza de poder vivir un mañana mejor.


La enseñanza de este texto evangélico nos dice que: ante el dolor, la herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien del lado de los salteadores o bien del lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del herido del camino.


La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que sienten y obran como verdaderos socios (en el sentido antiguo de conciudadanos), hombres y mujeres que hacen propia y acompañan la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se aproximan, se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.


La gran opción que apunta a inclusión o exclusión del herido al costado del camino -en la humanidad y en nuestra patria- define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Todos enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajeros que pasan de largo.


No podemos vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida, marginado de su dignidad. Las realidades que nos duelen cada día en el tejido social de nuestra Provincia y nuestra Patria deben hacernos bajar de nuestra serenidad para conmovernos por el dolor humano, el de nuestro prójimo, el de nuestro vecino, el de nuestro socio en esta comunidad de argentinos. En esta entrega encontraremos nuestra vocación existencial, nos haremos dignos de este suelo, que nunca tuvo vocación de marginar a nadie.


PONERNOS LA PATRIA AL HOMBRO


El cardenal Bergoglio nos invitaba un 25 de mayo de 2003 a que “todos, desde nuestras responsabilidades, nos pongamos la Patria al hombro”. A 15 años de aquella invitación, la llamada resuena hoy con más fuerzas todavía.


Cada día que nos levantamos al trabajo debemos renovar el deseo y el esfuerzo de hacernos cargo de rehabilitar a nuestra querida Argentina para que llegue a ser lo que soñaron nuestros próceres a quienes hoy y tantas veces honramos.


No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: eso sería infantil, sino que todos los ciudadanos, -ciertamente- estimulados por el ejemplo de quienes nos gobiernan, hemos de ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio del país herido. Nuevamente estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra vocación de buenos samaritanos, que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar desencuentros y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, solo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser nación, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído.


Y el caído de hoy es todo aquel que en nuestra sociedad aún no encuentra oportunidades de trabajo y desarrollo, aquel que está fuera de la seguridad social, laboral o del sistema educativo. Son los niños que sufren una pobreza que los hiere en las posibilidades de desarrollarse a futuro en la potencialidad de sus capacidades. Son la mitad de nuestros adolescentes que quizá por falta de estímulo y contención no terminan el secundario y son, entonces, presa fácil para el negocio de los que matan su futuro con las drogas. Es también la desesperación de tantas madres solas o abandonadas, que no saben cómo podrán salir adelante con sus hijos. Son esos abuelos y abuelas, tantas veces resignados a que ya no cuenten para la familia o la sociedad, siendo ellos mismos una reserva de sabiduría que deberíamos cuidar y proteger. Y cada uno de nosotros podría añadir a tantos otros que encontramos cada día caídos a nuestro lado en el camino de la vida.

Animémonos unos a otros a cuidar la fragilidad de nuestro pueblo herido. Poniendo lo que podemos de nuestro bolsillo -como hizo el buen samaritano- para que nuestra tierra sea verdadera posada para todos, sin exclusión de ninguno. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano con esa actitud solidaria y atenta del buen samaritano.


El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la satisfacción frente a su Dios y su vida, y por eso un deber. El pueblo de esta Nación espera de todos los que somos dirigentes en los distintos ámbitos que mostremos la misma grandeza de alma de quien hace el bien y ya con ello, se siente bien pagado sin esperar otra cosa.


Que la Virgen Nuestra Madre del Rosario de Río Blanco y Paypaya que acompaña nuestra historia y escucha todas nuestras plegarias, nos conforte y anime a seguir el ejemplo de Cristo, su hijo, que cargó sobre sí nuestra fragilidad y bendiga a nuestro pueblo para que no le falte el cuidado de quienes nos queremos poner a su servicio cada día. Que así sea.


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