EN MEDIO DE LIMPIEZA ÉTNICA EN MYANMAR
Tras meses de expectativa, el papa Francisco dio ayer el discurso principal de su visita a Myanmar frente al pleno del gobierno e hizo un difícil equilibrio diplomático que desilusionó a algunos y tranquilizó a otros: no mencionó a los rohingyas, la minoría musulmana perseguida, reprimida y en proceso de ser expulsada del país, pero pidió una paz basada en el respeto a cada grupo étnico.
A finales de agosto, cuando la última ola de violencia del Ejército birmano desató un nuevo éxodo masivo de rohingyas que aún no conoce fin, el papa Francisco dedicó parte de su Ángelus dominical a solidarizarse con esa minoría musulmana: Tristes noticias nos llegan de la persecución de nuestros hermanos y hermanas rohingyas.
Por esos días, el mundo comenzaba a enterarse de que la supuesta ofensiva del Ejército birmano contra una joven guerrilla rohingya era, según confirmó después la ONU, un plan sistemático para quemar, asesinar y expulsar a esa comunidad musulmana del territorio nacional.
Desde entonces, más 620.000 rohingyas cruzaron desesperados el río que divide al país con Bangladesh y un número aún desconocido murió en ejecuciones y quemas de pueblos enteros.
Los que se salvaron contaron a organizaciones humanitarios cómo soldados masacraron, violaron a mujeres y niñas y hasta prendieron fuego a los cadáveres para esconder las evidencias.
La ONU, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Bangladesh ya denunciaron que el gobierno birmano está cometiendo una limpieza étnica contra los rohingyas, mientras el resto de las potencias mundiales al menos alertó sobre graves violaciones a los derechos humanos.
Ayer, Francisco siguió el consejo de la cúpula católica del país y eligió no confrontar con el gobierno y las poderosas Fuerzas Armadas que se niegan siquiera a reconocer la identidad étnica de los rohingyas y su pertenencia al territorio, y evitó mencionarlos directamente durante su discurso en la capital del país, Naipyidó.
Las diferencias religiosas no deben ser fuente de división y desconfianza, sino más bien una fuerza para la unidad, para el perdón, para la tolerancia y para la sabia construcción del país, sostuvo el Pontífice frente al presidente birmano, Htin Kyaw, y la Premio Nobel de la Paz y jefa de facto del gobierno, Aung San Suu Kyi, los dos principales líderes civiles de una nación, en la que el budismo es casi una religión de Estado.
Desde el Centro de Convenciones de Naipyidó y en un calmo italiano, Francisco afirmó que el futuro de Myanmar debe ser la paz, una paz basada en el respeto de la dignidad y de los derechos de cada miembro de la sociedad, en el respeto por cada grupo étnico y su identidad.
En la gran tarea de reconciliación e integración nacional, las comunidades religiosas de Myanmar tienen un papel privilegiado que desempeñar, agregó, según reprodujo el portal de noticias especializado Vatican Insider.