COMIENZA EN AGOSTO
La Superliga tan anhelada por los cortadores del pescado grande del fútbol argentino y ya a punto de caramelo para empezar su degustación en la tercera semana de agosto próximo, ofrece los encantos de toda página en blanco y a la vez deja entrever los oscuros nubarrones de una desigualdad estructural y exponencial.
No es de ahora, desde luego, ni patrimonio de la gestión de Claudio Tapia, Chiqui que le dicen, pero en todo caso es dable observar que el reparto del dinero derivado de los derechos de la tevé, esa suerte de productividad ligada a la perfomance de cada quien a lo largo de una temporada y la grilla de las tesorerías propiamente dichas tiende a un fútbol de máxima concentración de poderío en unos pocos clubes separados de una selva de mera supervivencia de chicos y medianos.
Esto es, la gestión de Tapia está lejos de disipar de una cultura de hijos y entenados; por lo contrario, tal parece que habrá de profundizarla y llevarla a extremos más propios del siglo XX.
Detrás de la super profesionalización y del tan cacareado fair play financiero que cimitarra en mano amenaza a los clubes deudores, detrás de la presunta transparencia que propone un borrón y cuenta nueva cuando lo que correspondía era desandar el camino y examinar en detalle los modos extorsivos del último Julio Grondona, del Grondona ligado a la escalada de corrupción de la FIFA, anida una popular metáfora de Bolivia: la misma chola con diferente pollera.
Para grietas, si de grieta hablamos, la capacidad de renovación de cada club y de cada plantel con vistas al lanzamiento de la una liga, la Argentina, que lleva impresa la rimbombante etiqueta de Superliga.
¿La liga es Super para cuántos?
¿Cuántos son los que están bien posicionados para disponer de las piezas, rearmarse y planificar con un propósito más ligado a lo que se quiere que a lo que se puede?
¿Cuántos son los que en el mercado de pases encuentran lo que buscan y no terminan por resignarse a aceptar lo que encontraron?
Para ir llevando, Boca, que como si nada desembolsa dos millones de dólares por Paolo Goltz, un millón por el préstamo de Edwin Cardona, y esto recién empieza, cuando antes había desembolsado 4.4 por Darío Benedetto y antes que antes 6.5 a la hora del rescate de Carlos Tevez en su salida de la Juve.
¿Y de River qué diremos? Entre Enzo Pérez, Ignacio Scocco y Javier Pinola puso sobre la mesa unos 12 millones de billetes estadounidenses, y recordemos, de paso, que lo del mendocino, pagado en euros, parecía un imposible: Valencia lo había pagado 25 millones cuando con la camiseta del Benfica venía de ser el mejor jugador de la liga lusa.
En ese mismo contexto (¿opulente?, ¿solvente?, ¿prepotente?) se explica que Racing busque un defensor y pague casi tres millones por Orban