Si Benjamín Netanyahu quiere pasar a la historia como un pragmático deberá comprender que es necesario poner fin a la ocupación de los territorios palestinos ganados en la Guerra de los Seis Días en 1967.
El atentado ocurrido el miércoles pasado en el mercado de Sarona, en Tel Aviv, donde cuatro personas fueron asesinadas y varias resultaron heridas por dos fundamentalistas que dispararon a mansalva, volvió a demostrar que no habrá paz en Medio Oriente si Israel no se retira de esos territorios.
Ya no es sólo un pedido de la izquierda israelí ni de Estados Unidos que impulsa junto a otros países la solución de los dos Estados, sino de un reclamo de buena parte de la sociedad de ese país que busca vivir en paz con sus vecinos.
Hay, por estas horas, otro protagonista que ha tomado parte de esta historia, que lleva casi 70 años, desde la creación del Estado de Israel en 1948: el ministro de Defensa, Avigdor Lieberman. Bastó que ocurriera el peor atentado de los últimos ocho meses, durante el comienzo del mes sagrado musulmán del Ramadán, para que apareciera la mano dura de Lieberman, un político de ultraderecha considerado racista por los palestinos.
Para diferenciarse de su antecesor en ese cargo, Moshe Yaalon, Lieberman ordenó retener los cuerpos de los potenciales atacantes abatidos, a pesar de que existe una prohibición del Tribunal Supremo Israelí, según el diario Yediot Aharanot.
Sin embargo, ninguno de los dos palestinos provenientes de Hebrón, Cisjordania, que el miércoles por la noche irrumpieron en el mercado Sarona, resultó abatido por la policía.
Yaalon solía decir que retener los cuerpos de los palestinos agravaba la tensión, ya que no constituía una moneda de cambio en el conflicto. Pero Lieberman afirma que enviar los restos de los atacantes a sus familias sugiere un mensaje equivocado con respecto a sus autores.
Después del atentado la crisis se agravó en la región, ya que el primer ministro Netanyahu ordenó desplegar dos batallones suplementarios en Cisjordania y anular todos los permisos de viaje durante el fin de semana, entre otras medidas represivas.
Estos batallones controlarán las zonas ocupadas de Cisjordania en las que no ha sido completado el muro de separación levantado por Israel en este territorio autónomo que gobierna la Autoridad Nacional Palestina (ANP), del presidente Mahmud Abbas. Hasta ahora, la llamada Intifada del Cuchillo (iniciada en octubre pasado) había afectado especialmente a las ciudades de Jerusalén y los asentamiento en Cisjordania. Pero no había tenido repercusión en Tel Aviv, la ciudad más cosmopolita de Israel, con sectores antiguos que poseen arquitectura estilo Antoní Gaudi y torres de edificios inteligentes.
Lo que ocurrió en Tel Aviv es un recordatorio de la inestabilidad política, la disminución de la violencia en los últimos meses (resultado de la cooperación de seguridad entre el ejército israelí y las fuerzas palestinas), dijo a Télam Arie Kacowicz.